jueves, 18 de septiembre de 2008

El valor de la vida y los argumentos emocionales




Pregunta: Yo veo un gran confusión en el debate social sobre la defensa de la vida: por una parte el rechazo del terrorismo es cada vez más contundente y mayoritario. Por otra, si hablamos del aborto, entonces los defensores de la vida, se reducen a menos de la mitad. Y ya, si hablamos de casos como el del tetrapléjico gallego, Sampedro, entonces ya no encuentras a casi nadie que defienda la vida. En las discusiones que tenemos en clase, a veces me quedo sin argumentos. ¿Cómo deberíamos plantear este debate?

Respuesta: Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, nuestra sociedad no defiende los valores en base a unos principios, sino por el impacto emocional que le producen los acontecimientos. Así ocurrió con el caso de ETA: hasta que no se vieron por televisión las imágenes de Hipercor -los cadáveres calcinados por el fuego y los cuerpos asfixiados- y las imágenes del atentado de Irene Villa -una joven que inútilmente intentaba incorporarse, sin ser consciente de que tenía los pies amputados- no se produjo una reacción social de rechazo al terrorismo. Posteriormente, la reacción tras el asesinato de Miguel Angel Blanco, terminó por decantar la opinión pública. ¿Y todos los anteriormente asesinados? ¿No tenían el mismo derecho a la vida?. En nuestra sociedad se ha llegado a rechazar el terrorismo, pero no ya por estimar la vida como un valor absoluto, sino por el impacto emocional que han provocado las imágenes.


Ese es el motivo que explica que a los "Jóvenes Pro-Vida" las cosas les vayan peor que a los de "Manos Limpias": en el caso del aborto no hay fotos ni videos. Mejor dicho, si que las hay, pero hasta el presente no se han difundido por los medios de comunicación. Por lo tanto, supuesto que la razón la tenemos de vacaciones, "ojos que no ven, corazón que no siente".
Con el tema de la eutanasia y el suicidio asistido, pasa lo mismo. Mientras que la sociedad española se escandalizaba al enterarse de que unos ciudadanos alemanes, miembros de una secta, habían estado a punto de suicidarse en Canarias, sin embargo, la misma opinión pública apoyaba mayoritariamente a Sampedro en su petición de suicidio asistido. Pero claro, volvemos a lo de siempre: en el caso del tetrapléjico existe una imagen dramática que provoca un impacto emocional, y con ello se pretende justificar el fin de la vida -¡imagínate toda una vida en una silla de ruedas!-, y en el caso de los miembros de la secta no hay tal cosa -¡todos ellos eran jóvenes y sanos!-.


Pero, ¿en qué quedamos?: ¿somos, o no, dueños de nuestra vida?. En caso afirmativo, ¿quién somos nosotros para impedirle a esos alemanes que se suiciden?. Y si no somos dueños de nuestra vida, entonces no podremos recurrir al suicidio en ninguna circunstancia; ni en base a que las creencias pseudoreligiosas digan que ha llegado la hora de partir para el otro mundo, ni siquiera porque no le encuentre sentido a una vida en silla de ruedas. Una cosa es que yo no le encuentre sentido a la vida, y otra muy distinta es que no lo tenga. Si hay vida, ¡algún sentido debe de tener!. Es más fácil ayudar a alguien a quitarse de en medio, que acompañarle y contribuir a que encuentre sentido a su vida. Es más fácil,.. ¡pero es inhumano!.
Por ello, aunque no "venda" mucho, el argumento principal en defensa de la vida es éste: la vida es un "absoluto". Es decir, es una de esas cosas que "nos han sido dadas", y que no está en nuestra mano ni el tenerla ni el dejar de tenerla. Mientras que la condena a la violencia no se sustente en este principio, la tolerancia y respeto por la vida de los demás, serán mucho más circunstanciales y frágiles de lo que nos suponemos.