martes, 6 de mayo de 2008

EL AMIGO PROFESIONAL


En uno de los viajes que suelo hacer cuando mi microeconomía me lo permite, me encontraba callejeando (uno de los grandes placeres que encuentro en los viajes) por el centro de la ciudad de Tegonbina; una de tantas ciudades pequeñas a las que los pueblos satélite de sus alrededores le han restado sus posibilidades de expansión.


En la zona del casco histórico (uno de los más hermosos que he conocido), entre murallas, centenarias iglesias cristianas, palacetes y mezquitas árabes; vi a una joven sentada en el portal de una casa de piedra de dos alturas. La joven, había conseguido captar mi atención en la distancia, sin darse cuenta, por el efecto provocado por los rayos del Sol sobre su cabello rojizo (la única parte visible de su cabeza, puesto que la tenía entre las piernas, mirando al suelo).
Andaba yo mirando las balconadas pobladas de plantas y flores vistosas, perdiéndome en pensamientos que me llevaban fuera de allí, muy lejos, a épocas antiguas en las que aquel mismo casco antiguo debía estar en plena actividad, en pleno apogeo y aquel primer reflejo rompió mi concentración. Continué caminando y tras un primer vistazo, no presté más atención de la necesaria a la muchacha… hasta que pasé junto a ella.

Un apagado sollozo me hizo entender que estaba llorando o acababa de terminar de llorar. Así que, como suelo hacer cuando veo a alguien triste o con problemas, paré y me interesé por su situación.
- Hola. Perdona mi impertinencia pero… ¿estás bien?
La chica de cabellera ensortijada pelirroja (ahora veía con claridad las distintas tonalidades de su pelo), levantó la cabeza sobresaltada, probablemente porque no había notado mi presencia hasta ese momento. Entonces pude ver su cara pecosa, sus irritados ojos azules, aún con rastros de lágrimas y su naricilla respingona.
- ¿Cómo? ¡Sniff!
- Que me ha parecido que llorabas y no he podido evitar acercarme para ver si te encontrabas bien.
- Sí, lloraba. Pero ya casi he terminado. Je, je. - Sonrió ligeramente para restarle importancia al asunto.
- ¿Estás segura de que ya casi has terminado? Lo digo porque me gustaría llorar un poco en este patio, pero no puedo esperar mucho tiempo, tengo algo de prisa.
- Ja, ja, ja, ja. - Esta vez, como había hecho en otras ocasiones, conseguí encontrar la frase exacta para arrancarle una sonrisa auténtica. Observé con gusto, durante unos instantes, la delicadeza de sus rasgos y la calidez que desprendía.
- Pués ahí vamos a tener un problema, porque este es mi patio preferido para llorar y hasta que no termine, tú tendrás que esperar. - Respodió ella.
- Se me ocurre algo mejor, a ver que te parece… Voy a tratar durante unos minutos, que continúes sonriendo, así que espero que no me lo pongas difícil, porque no soy muy bueno como payaso.
- Ja, ja, ja, ja. Pués yo creo que si que lo eres, has tardado poco en hacerme reir.
- No te creas, ha sido pura improvisación. Además, lo hago por mi propio interés, en cuanto consiga que dejes de llorar, tendré todo el patio para mí y podré llorar a gusto, sin que nadie me moleste.
- Así que no es más que eso, ¿verdad? Sólo quieres robarme mi patio. - Afirmó sin dejar de sonreir.
- Bueno, no, en realidad creo que hoy podré pasar sin llorar. No importa, guardaré todas mis lágrimas de hoy para otro día, así será un llanto más intenso y prolongado, y saborearé en condiciones tu patio, con tiempo, sin prisas.
Durante un momento, nos miramos los dos a los ojos, divertidos, pensando en la próxima frase, para que aquel encuentro no se acabara aún. Sin embargo, decidí (una vez rotas las barreras defensivas de la muchacha), atacar el problema que me ocupaba…
- Y ahora bien, retomemos la conversación, si se puede saber (y créeme que entendería que no quisieras contármelo), ¿qué es lo que le ha ocurrido a una chica tan risueña como tú para que estuvieras llorando tan desconsolada?
- Es que… verás, te agradezco tu intento, pero me cuesta mucho confiar en la gente.
- En ocasiones, hablar con un desconocido, nos resulta mucho más fácil que con la gente que nos rodea, porque no existe ninguna idea preconcebida, ni intención moralizante de por medio.
- Sí, la verdad es que si he de contárselo a alguien, sería a ti. Déjame que organice un momento la historia y te lo cuento.
- ¿Por cierto, cómo te llamas muchacha?¿Y a qué te dedicas?
- Vanesa, me llamo Vanesa. Trabajo en el ayuntamiento, soy administrativa. ¿Y tú?
- Yo me llamo Ramón y soy Amigo Profesional, te daría una tarjeta pero se me han acabado y no llevo ninguna encima.

No hay comentarios: